Situada en el corazón neurálgico de la ciudad de Pontevedra, nos encontramos ante un parque urbano que durante más de 300 años ha sido un centro de ocio para los pontevedreses.
El espacio que hoy ocupa la Alameda en el extremo suroeste de la ciudad, ha tenido diferentes usos y nombres a lo largo de su historia.
De su primera denominación sabemos que era conocido como “Campo da Verdade” y “Campo das Rodas”, siendo un centro artesanal para la fabricación de cuerdas y diferentes aparejos de pesca, el motor económico de la ciudad durante siglos.
Estos nombres cayeron en desuso tras la construcción del Convento de Santo Domingo en sus cercanías, pasando ahora el lugar a ser renombrado como Campo o Huerta de Santo Domingo y convirtiéndose en un espacio de cultivo para los monjes.
En la bonanza del siglo XVII, los monjes deciden dedicar dotar a este espacio de nuevos fines y en el 1648 lo transforman en un gran paseo o avenida dividido en cinco calles separadas por filas de árboles y estando cada una de ellas reservada cada clase social. Posteriormente, a mediados del siglo XIX, su perímetro se delimitó con un muro de piedra cuyos lindes se mantienen hasta nuestros días
Con la expansión y renovación urbanística del siglo XIX, la ciudad encargó al arquitecto Alejandro Sesmero la transformación de este espacio para adecuarlo a los tiempos modernos. Sesmero proyectó un espacio oval, moderno y abierto para poder admirar su contorno, en el cual las viejas ruinas y la muralla de la ciudad se desmoronaban y dejaban pasos a los nuevos y flagrantes edificios que hoy engalanan la Gran Avenida de Montero Ríos y la Plaza de España.
Este gran proyecto se complementa con un gran palco central de planta octogonal destinado a actuaciones musicales, un monumental conjunto escultórico en honor a los héroes de Pontesampaio y un espectacular mirador en su extremo occidental que se convirtió en el “balcón a la Ría” de la ciudad engalanado por una escalinata de piedra y dos pilares coronados por sendos leones que resguardan el escudo de la ciudad.
En este último espacio, diseñado por Emilio Salgado, el pintor gallego Carlos Sobrino realizó una serie de 23 mosaicos en azulejo que se integrarían en los muros del mirador. Cada uno de ellos representa diferentes escenas costumbristas de la Galicia rural, siendo en su mayoría paisajes de gran luminosidad que reflejan lo que su autor entendía que era la auténtica Galicia; sus costas, paisajes, villas marineras, oficios tradicionales y un estilo de vida alejado del “mundanal ruido” y de los ajetreos modernos.
Hoy en día, este mirador se ha visto opacado por el crecimiento del entramado urbano de la ciudad y las frescas brisas marinas que antes bañaban la Alameda han sido sustituidas por las risas y juegos de los niños, quienes a diario disfrutan jugando en su entramado de tierra y correteando por las avenidas circundantes, una tradición perdida en los últimos años y que la peatonalización y humanización de todo el centro urbano de Pontevedra ha permitido recuperar.